Después de leer el prefacio, fui a navegar por el índice de nombres, como quien llega a una fiesta y primero busca a sus amigos. No estaba Lara (1897-1970). No estaba Tito Puente (1923-2000). No vi a Discépolo (1901-1951). Faltaron tantos... Me pregunté cómo habían podido obviar a Lara. Los que sí estaban eran los no-tan-latinoamericanos Xenakis, Alban Berg, Haubenstock, Penderecki, Sibelius... Más tarde llegaron y se fueron -esto es, en unas breves líneas- Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Soledad Bravo y Chico Buarque. Creí que me había equivocado de fiesta, pero en las invitaciones decía claramente "América Latina". Y no es que no me gusten los contemporáneos europeos, solo que este era otro libro, otra fiesta, y no encontré a los anfitriones.
Ya sabía como son nuestros preclaros, así que se me hizo normal, que en lugar de hablar de lo que anunciaba el libro, llenaran las líneas con nombres exóticos europeos. (Aquí basta saberse dos docenas de nombres con sky, berg, ausen, bert, ini o ensen para nombrarse intelectual). Uno de los 16 eruditos, con tinta del corazón, escribió:
El Nuevo Mundo, por factores diversos [...] tuvo siempre gran dificultad en hacer que Europa reconociera sus valores musicales.Aunque mucho más difícil ha sido que se reconozcan esos mismos valores en la América Latina (¿Y Asia, y África, y Oceanía?). He de admitir que Alejo Carpentier en su participación dentro de este libro hizo valer la pena la compra. Los otros 15... como si sí como si no.
Esa obsesiva búsqueda del reconocimiento europeo me trajo a la memoria un triste capítulo: Arnulfo Romero, durante una de tantas guerras salvadoreñas, a finales de los 70 fue al Vaticano, a pedir una audiencia con Juan Pablo II. Después de mendigar durante meses la visita el Papa lo recibió, fugazmente. Pero no lo quiso escuchar. En fin, más de 30 años después los salvadoreños están esperanzados en que reciba la canonización, por parte de aquellos que en el momento más amargo les negaron la atención. Rubén Blades, el cantante panameño, plasmó la historia de Monseñor Romero en su emotiva canción El padre Antonio y su monaguillo Andrés.
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